TUENDE. POLE, POLE.


Nos envía nuestro buen amigo y más que colaborador, José Manuel Navarro este artículo sobre su experiencia en la ascensión al Kilimanjaro (5.895m).  José es experto en marketing y management, y nos ofrece una perspectiva muy particular y enriquecedora sobre su aventura por tierras de Tanzania.


José Manuel en la cumbre del Kilimanjaro con sus adidas Terrex pro graduadas





Nunca darse por vencido aun vencido

(Unamuno)



Recientemente María Gómez del Pozuelo, presidenta de Womenalia, arrancó las jornadas del evento “Inspiration day” lanzando la idea de que “la vida y los grandes proyectos se construyen paso a paso”.


“Paso a paso”, cuánta razón. Me explico: hace unos días he regresado de un viaje de los que suelen denominarse iniciáticos porque ayudan a obtener experiencias que luego pueden ser aplicadas a la vida personal. Y a la profesional porque, estarán de acuerdo conmigo, ambas no pueden desligarse por mucho que algunos administradores de la legislación laboral quieran hacernos ver lo contrario.


El título de este artículo podría haber sido “El Management visto desde el Kilimanjaro”, pero he preferido usar las palabras “Tuende. Pole, pole”, que en swajili quieren decir “Vamos. Poco a poco”. Paso a paso, porque no hay otra forma de avanzar para alcanzar cualquier objetivo que no sea consolidando los pequeños progresos que se van realizando, siendo al mismo tiempo conscientes del aprendizaje adquirido en cada uno de ellos, advirtiendo los síntomas de lo que va mal y lo que va bien, e identificando la naturaleza de nuestros propios límites para superarlos, sin titubeos.

Permítanme que les cuente someramente mi experiencia en el ascenso al punto más alto del continente africano (Uhuru Peak, 5.895m). Habíamos previsto realizarlo en cinco días para conseguir una adecuada aclimatación, acomodándonos a las dificultades del terreno y asegurándonos llegar con un buen estado físico para atacar la última etapa, la más complicada. La integración de las tres personas que íbamos fue impecable desde el primer día, ello nos permitió ajustar nuestros ritmos siempre a la marcha más cómoda para el grupo.

Avanzamos tan bien que ganamos un día, lo que implicó atacar la cumbre con un exceso de esfuerzo asumible aunque de consecuencias no mensurables a priori. Y las tuvo. Personalmente sufrí una repentina e importante bajada de la saturación del oxígeno, hasta el punto de resultarme agotador el simple gesto de abrocharme las botas. Los síntomas no eran los del mal de altura, pero sólo respirar me exigía aplicar todas mis energías. Había que tomar una decisión, y la tomé. El grupo no se merecía abandonar por mí y yo no podía renunciar a ese sueño.

A la hora prevista iniciamos el ascenso nocturno. A la asfixia permanente se sumó la imposibilidad de poder hidratarme con regularidad pues, debido al intenso frío, se nos congeló hasta el termo del té. Hubo instantes en los que la necesidad de abandonar pugnaba por ganarle la partida a los deseos de seguir subiendo. La pronunciada pendiente mostraba un camino complicado de escalar y un final que parecía no aproximarse nunca. Pero había que seguir, “pole, pole”.


En el instante en el que decidí que tanto sufrimiento no compensaría alcanzar la cima, el sol irrumpió por el horizonte inundando de luz el paisaje y los próximos pasos a dar. Entonces supe que no continuar no era opción. El “Pico de la Libertad” esperaba, no para ser alcanzado sino para rubricar que cada pequeño esfuerzo superado ya era un gran logro en sí mismo.


Finalmente alcanzamos la cima. Múltiples sensaciones dejaron paso a las emociones y a una certeza: ahí no terminaba todo. Había que regresar. A las nueve horas que anduvimos el día anterior, se sumaban las seis y media de ascenso nocturno y aún nos esperaban otras siete horas más de descenso agotador.


La aventura nos ha dejado en la memoria vivencias que de alguna manera tamizan la forma de ver los problemas. Y de esas experiencias, concédanme que comparta algunas lecciones

  • Si has de cambiar algo de lo ya planificado porque haya indicadores que lo aconsejan, acepta que la incertidumbre siempre jugará en contra.
  • Cuando tomes una decisión que puede afectar al grupo, asume que el riesgo lo has de soportar tú mientras que el beneficio ha de ser para el equipo.
  • Cuando te propongas alcanzar un objetivo, plantea la estrategia y no pienses. Actúa.
  •  Aunque puedas cambiar de ritmo para adaptarte a las irregularidades del camino, es preferible en los tramos fáciles andar más despacio de lo que pudieras, y en los complicados más rápido de lo que creyeras
  •  El trabajo no acaba cuando se alcanza un objetivo. Lograrlo implica que lo único que has hecho es aprender y que lo más difícil está aún por hacer.
  •  Confiar en tus capacidades y en tus fuerzas no es suficiente, has de confiar en superar tus límites. Siempre puedes dar un paso más.
  •  La diferencia entre lo posible y lo imposible sólo es un prefijo.


.Escribiendo estas últimas líneas, me envía un amigo alpinista la crónica de Spencer West, un montañero que diez días después que nosotros alcanzó la cima del Kilimanjaro. Su historia la han titulado “redefiniendo lo posible”.  Leyéndola, encontramos muchos puntos en común salvo uno, esencial: él no tiene piernas. Saquen ustedes sus propias conclusiones.







(dedicado a mis compañeros de viaje, Alvaro Villazán y Antonio Ruiz)
José Manuel Navarro Llena
www.twitter.com/@jmnllnea


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